Evangelio del 1 de octubre 2024 Lucas 9, 51-56
EVANGELIZACIÓN Y REFLEXIÓN
En aquel tiempo, como todos
comentaban admirados los prodigios que Jesús hacía, éste dijo a sus discípulos:
"Presten mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a
ser entregado en manos de los hombres".
Pero ellos no entendieron estas
palabras, pues un velo les ocultaba su sentido y se las volvía incomprensibles.
Y tenían miedo de preguntarle acerca de este asunto.
Reflexión
Ciertamente estas palabras de
Jesús resultaban incomprensibles para todos aquellos que esperaban que él fuera
el Mesías triunfante, el Rey que habría de erradicar de su nación a los
usurpadores y regresarles la gloria y la riqueza que en otro tiempo habían
tenido. Era, pues, difícil entender a un Mesías que "debía ser entregado a
los hombres para que lo mataran e hicieran de él lo que quisieran".
Hoy, quizás esta sea una de las
razones poderosas por las que mucha gente no lo sigue y de que muchos de los
que lo siguen decidan abandonarlo. Muchos entran al cristianismo pensando que
Jesús tiene que resolverles la vida; que ha venido para que no haya
enfermedades ni dolor en el mundo; para arreglar su vida de manera que todo sea
“color de rosa”. Jesús ha venido para traernos la salvación, la vida en
abundancia, un estado de vida interior que hace que todo lo demás pueda ser
maravilloso y vivirse la vida con paz y alegría.
Pero, para descubrir este tipo de
Mesías, es necesario tener una presencia activa del Espíritu que nos revele en
el interior la verdadera acción de nuestro Mesías. Desde ahí podremos ver que
la liberación y riqueza traída por Jesús es muchísimo más valiosa que la que
pudiéramos haber pensado. Pide en tu oración de este día que el Espíritu quite
de tu mente el velo que pueda estarla cubriendo.
Por siglos, muchos católicos han asumido que el exclusivismo es la posición oficial de la Iglesia: la verdad y el bien se pueden encontrar sólo en el catolicismo. Pero, en realidad, no fue así. Mientras que algunos líderes de la Iglesia repitieron discursos que parecían exclusivistas, el exclusivismo no fue nunca un dogma. El Concilio Vaticano II intentó expresar esto. En sus documentos sobre la actividad misionera de la Iglesia (Ad gentes), la relación de la Iglesia con otras religiones (Nostra aetate), el ecumenismo (Unuatis redintegratio) y otros, el Concilio intentó enseñar una inclusión que enseñaba la plenitud objetiva de la verdad y del bien en la Iglesia y la existencia de estos dones divinos entre otros cristianos y otras religiones. Nos han dejado la tarea de establecer discusiones con estos "otros" para trabajar hacia una unión más plena.
«Y Jesús, llamando a un niño pequeño, lo colocó en medio de ellos. O se trata simplemente de un niño cualquiera, si era la edad lo que le interesaba para mostrarles un modelo de inocencia, o este niño que colocó en medio de ellos es él mismo, que no vino para ser servido sino para servir y darles un ejemplo de humildad. Otros interpretan que este niño pequeño es el Espíritu Santo que había puesto en el corazón de los discípulos para que cambiaran su orgullo en humildad. En verdad os digo: si no se convierten y no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos. No les prescribe a los apóstoles que tengan la edad de los niños pequeños, sino su inocencia y que lo que éstos tienen por su edad lo alcancen ellos con su esfuerzo, de modo que sean niños pequeños en malicia, no en sabiduría. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése será el mayor en el Reino de los cielos. Así como este niño que os pongo como ejemplo, no persevera en la cólera, no recuerda las ofensas, no se complace a la vista de una mujer hermosa, no piensa de una manera y habla de otra, así también vosotros, si no tenéis semejante inocencia y pureza de alma, no podréis entrar en el Reino de los cielos. 0 bien, en otro sentido: El que se humille como este niño pequeño, será el mayor en el Reino de los cielos: el que me imite y se humille siguiendo mi ejemplo, de modo que se abaje como yo me he abajado tomando la condición de esclavo, ése entrará en el Reino de los cielos Y el que recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a mí me recibe. Si alguno fuera tal que imita a Cristo en su humildad e inocencia, en él se recibe a Cristo» (San Jerónimo [c.347407]. Evangelio de Mateo. Libro III. Capítulo 1 8, 2-5).
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: "No
llores". Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se
detuvieron. Entonces Jesús dijo: "Joven, yo te lo mando: Levántate".
Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo
entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a
Dios, diciendo: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha
visitado a su pueblo".
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones
circunvecinas.
Reflexión
Una de las actitudes que más le gusta destacar a san Lucas es la
misericordia de Jesús.
Quizás porque él viene de una cultura pagana en donde los dioses son
crueles, san Lucas presenta en cada oportunidad, la ternura y la compasión de
Dios en Jesucristo. Nuestro Dios es el Dios de la misericordia, es el Dios que
se conmueve ante nuestras miserias y penalidades, por ello, es el Dios de los
pobres, de los necesitados, de los miserables.
En medio de nuestro mundo tecnificado, en donde la mayoría de nosotros
somos un "número", qué importante es "re-humanizarnos" y
tener la capacidad de ver que, muy posiblemente a nuestro alrededor, hay
alguien que necesita ayuda, que necesita de nuestra compasión.