Evangelio del 17 de septiembre 2024 Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: "No
llores". Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se
detuvieron. Entonces Jesús dijo: "Joven, yo te lo mando: Levántate".
Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo
entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a
Dios, diciendo: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha
visitado a su pueblo".
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones
circunvecinas.
Reflexión
Una de las actitudes que más le gusta destacar a san Lucas es la
misericordia de Jesús.
Quizás porque él viene de una cultura pagana en donde los dioses son
crueles, san Lucas presenta en cada oportunidad, la ternura y la compasión de
Dios en Jesucristo. Nuestro Dios es el Dios de la misericordia, es el Dios que
se conmueve ante nuestras miserias y penalidades, por ello, es el Dios de los
pobres, de los necesitados, de los miserables.
En medio de nuestro mundo tecnificado, en donde la mayoría de nosotros
somos un "número", qué importante es "re-humanizarnos" y
tener la capacidad de ver que, muy posiblemente a nuestro alrededor, hay
alguien que necesita ayuda, que necesita de nuestra compasión.
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