Jesús: respuesta al problema del mal
Jesús: respuesta al problema del mal
Por: S. S. Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net
"Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de
tos que le aman" (Rom 8, 28).
1. La Palabra de Dios afirma de forma clara y perentoria que «la maldad
no triunfa contra la sabiduría (de Dios)» (Sab 7, 30) y que Dios permite el mal
en el mundo con fines más elevados, pero no quiere ese mal. Hoy deseamos
ponernos en actitud de escuchar a Jesucristo, quien en el contexto del misterio
pascual, ofrece la respuesta plena y completa a ese atormentador interrogante.
Reflexionemos antes de nada sobre el hecho que San Pablo anuncia:
Cristo crucificado como «poder de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 24), en
quien se ofrece la salvación a los creyentes. Ciertamente el suyo es un poder
admirable, pues se manifiesta en la debilidad y el anonadamiento de la pasión y
de la muerte en cruz. Y es además una sabiduría excelsa, desconocida fuera de
la Revelación divina. En el plano eterno de Dios y en su acción providencial en
la historia del hombre, todo mal, y de forma especial el mal moral --el
pecado-- es sometido al bien de la redención y de la salvación precisamente
mediante la cruz y la resurrección de Cristo. Se puede afirmar que, en El, Dios
saca bien del mal. Lo saca, en cierto sentido, del mismo mal que supone el pecado,
que fue la causa del sufrimiento del Cordero inmaculado y de su terrible muerte
en la cruz como víctima inocente por los pecados del mundo. La liturgia de la
Iglesia no duda siquiera en hablar, en este sentido, de la «felix culpa» (cfr.
Exsultet de la Liturgia de la Vigilia Pascual).
2. Así pues, a la pregunta sobre, cómo conciliar el mal y el
sufrimiento en el mundo con la verdad de la Providencia Divina, no se puede
ofrecer una respuesta definitiva sin hacer referencia a Cristo. Efectivamente:
por una parte, Cristo -el Verbo encarnado- confirma con su propia vida -en la
pobreza, la humillación y la fatiga- y especialmente con su pasión y muerte,
que Dios está al lado del hombre en su sufrimiento; más aún, que Él mismo toma
sobre Sí el sufrimiento multiforme de la existencia terrena del hombre. Jesús
revela al tiempo que este sufrimiento posee un valor y un poder redentor y
salvífico, que en él se prepara esa «herencia que no se corrompe», de la que
habla San Pedro en su primera Carta: «la herencia que está reservada para
nosotros en los cielos» (cfr. 2 Pe 1, 4). La verdad de la Providencia adquiere
así mediante «el poder y la sabiduría» de la cruz de Cristo su sentido
escatológico definitivo. La respuesta definitiva a la pregunta sobre la
presencia del mal y del sufrimiento en la existencia terrena del hombre es la
que ofrece la Revelación divina en la perspectiva de la «predestinación de
Cristo», es decir, en la perspectiva de la vocación del hombre y la vida
eterna, a la participación en la vida del mismo Dios. Esta es precisamente la
respuesta que ha ofrecido Cristo, confirmándola con su cruz y con su
resurrección.
3. De este modo, todo, incluso el mal y el sufrimiento presentes en el
mundo creado, y especialmente en la historia del hombre, se someten a esa
sabiduría inescrutable, sobre la cual exclama San Pablo, como transfigurado:
«¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
inescrutables son sus juicios e insondables sus caminos ...! (Rom 11, 33). En
todo el contexto salvífico, ella es de hecho la «sabiduría contra la cual no
puede triunfar la maldad» (cfr. Sab, 7, 30). Es una sabiduría llena de amor,
pues «tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo ...» (Jn 3, 16).
Audiencia general (11-VI-1986)
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