jueves, 4 de septiembre de 2025

Evangelio del 5 de septiembre 2025 Lucas 5, 33-39

 



En aquel tiempo, los fariseos y los escribas le preguntaron a Jesús: "¿Por qué los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oración, igual que los discípulos de los fariseos, y los tuyos, en cambio, comen y beben?" Jesús les contestó: "¿Acaso pueden ustedes obligar a los invitados a una boda a que ayunen, mientras el esposo está con ellos? Vendrá un día en que les quiten al esposo, y entonces sí ayunarán". Les dijo también una parábola: "Nadie rompe un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque echa a perder el nuevo, y al vestido viejo no le queda el remiendo del nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo revienta los odres y entonces el vino se tira y los odres se echan a perder. El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos y así se conservan el vino y los odres. Y nadie, acabando de beber un vino añejo, acepta uno nuevo, pues dice: El añejo es mejor ".

 

Reflexión

 

Los fariseos preguntan por qué los discípulos de Jesús no ayunan como los de Juan. Jesús responde con imágenes nupciales y parábolas que revelan una verdad profunda: la presencia del Esposo transforma el tiempo ordinario en tiempo de fiesta.

¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?”

Jesús no rechaza el ayuno, pero lo sitúa en su contexto: la vida nueva que Él trae no puede encerrarse en estructuras viejas. Como el vino nuevo, necesita odres nuevos. Como un vestido nuevo, no puede remendarse con retazos del pasado.

El “vino nuevo” es la gracia, la novedad del Reino.

Los “odres viejos” son las prácticas religiosas sin corazón, sin apertura al Espíritu.

El “Esposo” es Cristo, cuya presencia cambia la lógica del sacrificio por la del amor.

Este pasaje nos invita a renovar nuestras estructuras internas. No basta con seguir ritos si el corazón no ha sido transformado. ¿Estoy dispuesto a convertirme en odre nuevo para recibir el vino nuevo de Cristo?


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Evangelio del 4 de septiembre 2025 Lucas 5, 1-11

 



En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar". Simón replicó: "Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes". Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!" Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.

 

Reflexión

 

En este pasaje, Jesús se encuentra con pescadores agotados tras una noche de trabajo infructuoso. Les pide algo que parece absurdo: volver al mar y echar las redes. Pedro, aunque escéptico, obedece. El resultado es una pesca milagrosa que transforma no solo su jornada, sino su vida entera.

Este momento nos habla de tres cosas profundas:

Obediencia que trasciende la lógica: Pedro no confía en el resultado, pero confía en la voz. A veces, la fe no consiste en entender, sino en responder.

La abundancia que nace del vacío: Dios no necesita nuestras redes llenas, sino nuestro corazón dispuesto. En el fracaso, Él revela su poder.

La vocación que surge del encuentro: Jesús no solo llena las barcas, sino que llama a Pedro a una misión mayor: “ser pescador de hombres”. El milagro no es el final, sino el inicio de una vida entregada.

Hoy, este texto nos invita a dejar la orilla de la comodidad y remar mar adentro, hacia lo profundo de nuestra vocación, hacia el misterio de la fe. Porque solo allí, donde no controlamos las aguas, puede Dios mostrarnos su verdadera grandeza.

martes, 2 de septiembre de 2025

Evangelio del 3 de septiembre 2025 Lucas 4, 38-44

 


En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles. Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: "¡Tú eres el Hijo de Dios!" Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías. Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: "También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado". Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea.

 

Reflexión

 

Este pasaje nos muestra a Jesús en tres dimensiones profundamente humanas y divinas: el que sana, el que ora, y el que no se detiene.

 🔹 Sana con compasión: Jesús entra en la casa de Simón y ve a su suegra enferma. No hay discursos ni rituales largos: se inclina, la toca, y la fiebre la deja. Ella se levanta y se pone a servir. Esta escena revela que la sanación verdadera nos restituye para el servicio, no solo para el bienestar personal. La salud que viene de Dios nos llama a la entrega.

 🔹 Acoge a todos: Jesús no selecciona ni discrimina. Impone las manos sobre cada uno. Su misericordia es personal, directa, sin condiciones. Él no se protege del dolor ajeno, lo abraza. Y los demonios, aunque lo reconocen como el Hijo de Dios, son silenciados: no es el tiempo de la fama, sino de la misión.

🔹 Ora en soledad: La oración no es evasión, es dirección. Desde ahí, reafirma su propósito: “También a otras ciudades debo anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.”

 

¿Qué hacemos con la sanación que recibimos?

¿Servimos desde la gratitud o nos quedamos en la comodidad?

¿Buscamos a Jesús solo cuando lo necesitamos o también cuando queremos escuchar su voz en el silencio?

¿Estamos dispuestos a dejarlo ir, a no retenerlo, para que otros también lo conozcan?

Evangelio del 3 de septiembre 2025 Lucas 4, 38-44

 




En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles. Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: "¡Tú eres el Hijo de Dios!" Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías. Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: "También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado". Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea.

 

Reflexión

 

Este pasaje nos muestra a Jesús en tres dimensiones profundamente humanas y divinas: el que sana, el que ora, y el que no se detiene.

🔹 Sana con compasión: Jesús entra en la casa de Simón y ve a su suegra enferma. No hay discursos ni rituales largos: se inclina, la toca, y la fiebre la deja. Ella se levanta y se pone a servir. Esta escena revela que la sanación verdadera nos restituye para el servicio, no solo para el bienestar personal. La salud que viene de Dios nos llama a la entrega.

🔹 Acoge a todos: Jesús no selecciona ni discrimina. Impone las manos sobre cada uno. Su misericordia es personal, directa, sin condiciones. Él no se protege del dolor ajeno, lo abraza. Y los demonios, aunque lo reconocen como el Hijo de Dios, son silenciados: no es el tiempo de la fama, sino de la misión.

🔹 Ora en soledad: La oración no es evasión, es dirección. Desde ahí, reafirma su propósito: “También a otras ciudades debo anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.”

 

¿Qué hacemos con la sanación que recibimos?

¿Servimos desde la gratitud o nos quedamos en la comodidad?

¿Buscamos a Jesús solo cuando lo necesitamos o también cuando queremos escuchar su voz en el silencio?

¿Estamos dispuestos a dejarlo ir, a no retenerlo, para que otros también lo conozcan?

 

lunes, 1 de septiembre de 2025

Evangelio del 2 de septiembre 2025 Lucas 4, 31-37

 



En aquel tiempo, Jesús fue a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: "¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios". Pero Jesús le ordenó: "Cállate y sal de ese hombre". Entonces el demonio tiró al hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos se espantaron y se decían unos a otros: "¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y estos se salen". Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

 

Reflexión

 

Jesús entra en Cafarnaúm y enseña en la sinagoga. No es solo un maestro más: su palabra tiene autoridad, y esa autoridad no es meramente intelectual, sino espiritual, transformadora.

En medio de la asamblea, un hombre poseído por un espíritu impuro grita: “¡Sé quién eres: el Santo de Dios!”

Este momento revela algo poderoso: los demonios reconocen a Jesús antes que muchos humanos lo hagan. El mal no puede resistir la presencia de lo Santo. Jesús no dialoga ni negocia. Él ordena: “¡Cállate y sal de él!” y el espíritu obedece. No hay espectáculo, no hay violencia. Solo la fuerza de una palabra que sana y libera.

Jesús no necesita gritar ni imponer. Su autoridad viene de su unión con el Padre.

Cuando vivimos en gracia, nuestra sola presencia puede incomodar lo que no es de Dios. ¿Somos luz que incomoda a las tinieblas?

El demonio reconoce a Jesús como “el Santo de Dios”. ¿Reconocemos nosotros su santidad en nuestra vida diaria, o lo reducimos a una figura decorativa?