martes, 30 de septiembre de 2025

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20251005

 



«Lo mismo que el oro se esconde en la tierra, así el sentido divino se oculta en las palabras humanas. Por eso, siempre que se nos proclama la palabra evangélica, debe la mente ponerse alerta y el ánimo prestar atención, para que el entendimiento pueda penetrar el secreto de la ciencia celeste. Digamos por qué el Señor comienza hoy con estas palabras: Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo. ¡ánimo, hermano! Te lo manda Dios: perdona, perdona los pecados; sé misericordioso ante el delito, perdona los agravios de que has sido objeto, no pierdas ahora los poderes divinos que tienes; todo lo que tú no perdonares en otro, te lo niegas a ti mismo en otro. Repréndelo como juez, perdónalo como hermano, pues unida la caridad a la libertad y la libertad fusionada con la caridad expele el terror y anima al hermano: cuando el hermano te hiere está febricitante, cuando delinque está enfurecido, está fuera de sí, ha perdido todo sentimiento de humanidad: quien no acude en su ayuda por la compasión, quien no le cura mediante la paciencia, quien no le sana perdonándolo, no está sano, está malo, enfermo, no tiene entrañas, demuestra haber perdido los sentimientos humanitarios. El hermano está furioso, achácalo a enfermedad: tú ayúdalo como a hermano; todo lo que haga en semejante situación ponlo en el haber de la fiebre, y lo ocurrido no podrás imputarlo al hermano; y tú prudentemente echarás a la enfermedad la culpa y al hermano, el perdón; de esta suerte, su salud redundará en honor tuyo y el perdón te acarreará el premio» (San Pedro Crisólogo [380-4501. Sermón 139).

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