En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "Nadie enciende una vela y la tapa con alguna vasija o la esconde debajo de la cama, sino que la pone en un candelero, para que los que entren puedan ver la luz. Porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. Fíjense, pues, si están entendiendo bien, porque al que tiene se le dará más; pero al que no tiene se le quitará aun aquello que cree tener".
Reflexión
Este pasaje es una llamada a la responsabilidad espiritual.
No basta con recibir la luz: hay que mostrarla, vivirla, y multiplicarla. La fe
no es un tesoro escondido, sino una llama que debe arder en lo alto. Y el oído
espiritual no es pasivo: es el canal por donde entra la vida o se pierde la
gracia.
La luz representa la revelación divina, la verdad del
Evangelio, o incluso los dones espirituales que Dios nos ha confiado.
Cubrirla con una vasija o esconderla bajo la cama simboliza
ocultar la fe, reprimir el testimonio, o negar la vocación.
El candelero es el lugar visible, elevado, donde la luz
cumple su propósito: iluminar a otros.
Si has recibido entendimiento, fe o dones, no los ocultes
por miedo, vergüenza o comodidad. Tu vida debe ser un testimonio visible.
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