En aquel tiempo, el rey Herodes se enteró de todos los prodigios que
Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había
resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había vuelto a la
vida uno de los antiguos profetas. Pere Herodes decía: "A Juan yo lo mandé
decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?" Y tenía
curiosidad de ver a Jesús.
Reflexión
Herodes, un hombre poderoso, se siente inquieto por la fama de Jesús.
No puede ignorarlo. Esto nos recuerda que el mensaje de Cristo, cuando es
auténtico y vivo, sacude incluso los corazones endurecidos. ¿Qué hay en Jesús
que provoca tanta búsqueda, tanta confusión, tanta atracción?
Herodes pregunta de Jesús —“¿Quién es este?”— es la misma que cada
discípulo, cada creyente, cada ser humano debe hacerse. ¿Es Jesús solo un
profeta, un maestro, o es verdaderamente el Hijo de Dios que transforma vidas?
Herodes “procuraba verlo”, pero no para seguirlo, sino quizás por
morbo, por miedo o por control. Su interés no nace de la fe, sino de la
inquietud. Esto nos interpela: ¿Buscamos a Jesús por curiosidad o por deseo de
conversión? ¿Queremos verlo o queremos seguirlo?
No basta con “oír hablar” de Jesús. Es necesario encontrarse con Él,
dejarse transformar, y responder con fe. Que nuestra búsqueda no sea como la de
Herodes, sino como la de los discípulos: profunda, sincera, y abierta al
misterio del Reino.
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