jueves, 14 de agosto de 2025

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250817

 


«Cristo, que por naturaleza era impasible, se sometió por su misericordia a muchos padecimientos. Es inadmisible que Cristo se hiciera pasar por Dios en provecho personal. ¡Ni pensarlo! Muy al contrario: siendo -como nos enseña la fe- Dios, se hizo hombre en aras de su misericordia. No predicamos a un hombre deificado; proclamamos más bien a un Dios encarnado. (...) Observa en primer lugar, oh hombre, la economía y las motivaciones de su venida, para exaltar en un segundo tiempo el poder del que se ha encarnado. Pues el género humano había, por el pecado, contraído una inmensa deuda, deuda que en modo alguno podía saldar. Porque en Adán todos habíamos suscrito el recibo del pecado: éramos esclavos del diablo. Tenía en su poder el documento de nuestra esclavitud y exhibía títulos de posesión sobre nosotros señalando nuestro cuerpo, juguete de las más variadas pasiones. Pues bien: al hallarse el hombre gravado por la deuda del pecado, no podía pretender salvarse por sí mismo. (...) No quedaba más que una solución: que el único que no estaba sometido al pecado, es decir, Dios, muriera por los pecadores. No había otra alternativa para sacar al hombre del pecado. ¿Y qué es lo que ocurrió? Pues que el mismo que había sacado de la nada todas las cosas dándoles la existencia y que poseía plenos poderes para saldar la deuda, ideó un seguro de vida para los condenados a muerte y una estupenda solución al problema de la muerte. Se hizo hombre naciendo de la Virgen de un modo para él harto conocido. No hay palabra humana capaz de explicar este misterio: murió en la naturaleza que había asumido y llevó a cabo la redención en virtud de lo que ya era, según lo que dice san Pablo: por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados» (San Proclo de Constantinopla [c.390-4461. Sermón 1 en alabanza de santa María 4.5.6.9.10).

 

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