En aquel tiempo, estaban junto a la cruz de Jesús, su madre,
la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su
madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre:
"Mujer, ahí está tu hijo". Luego dijo al discípulo: ''Ahí está tu
madre". Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su
término, para que se cumpliera la escritura dijo: "Tengo sed". Había
allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en
vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el
vinagre y dijo "Todo está cumplido", e inclinando la cabeza, entregó
el espíritu.
Entonces, los judíos, como era el día de preparación para la
Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el
sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les
quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le
quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados
con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto, no le quebraron las
piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e
inmediatamente salió sangre y agua.
Reflexión
María no sólo tiene importancia para la Iglesia por ser la
Madre de Dios, sino porque encontramos en su vida y cooperación el proyecto
salvífico de Dios, el modelo perfecto para los discípulos. Si tú quieres ser
discípulo de Jesús, deberás ser como María: imitar su fe, su obediencia, su
alegría, su dependencia total de Dios, su solicitud con los necesitados y su
aceptación incondicional de la voluntad de Dios. Hoy pídele al Señor que te dé
la gracia de tener a Nuestra Madre Santísima entre lo más preciado de tu vida.
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