Evangelio del 2 de septiembre 2024 Lucas 4, 16-30
En aquel tiempo, Jesús fue a
Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre
hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen
del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los
pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación
a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia
del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió
al encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban
fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha
cumplido este pasaje de la Escritura, que ustedes acaban de oír".
Todos le daban su aprobación y
admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se
preguntaban: "¿No es éste el hijo de José?"
Jesús les dijo: "Seguramente
me dirán aquel refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo, y haz aquí, en tu propia
tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm' ".
Y añadió: "Yo les aseguro
que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en
los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo
un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado
Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos
leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de
ellos fue curado sino Naamán, que era de Siria".
Al oír esto, todos los que
estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la
ciudad y lo llevaron hasta una barranca del monte, sobre el que estaba
construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos,
se alejó de allí.
Reflexión
Indudablemente, el lugar más
difícil para dar testimonio es nuestra propia casa, nuestro propio ambiente;
sin embargo, no por ello debemos dejar de hacer nuestro mejor esfuerzo para que
Jesús sea conocido, ya que el día de nuestro bautismo se cumplieron para
nosotros las mismas palabras del profeta, pues hemos sido llenos del Espíritu
Santo.
Cada cristiano es enviado a
proclamar la libertad a los cautivos, a los que viven presos del pecado y del
egoísmo; a dar la vista a los ciegos, a los que no se dan cuenta de lo hermoso
que es vivir en gracia en este mundo maravilloso que Dios creó para nosotros; a
liberar a los oprimidos por la angustia y la desesperación que causa el
materialismo y a proclamar el año de gracia del Señor, es decir, un tiempo
propicio para regresar a Dios.
Que el Señor nos conceda la
gracia y el valor de ser profetas en nuestros propios ambientes.
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