EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240901
«Cuando el Señor había llegado a la tierra de Genezaret con sus
discípulos y había curado con medicina celeste a muchos que allí padecían
enfermedades diversas, se le acercaron, dice, unos escribas y fariseos de
Jerusalén diciendo: ¿Por qué tus discípulos transgreden las tradiciones de
nuestros mayores? Pues no se lavan las manos cuando comen pan. Como los
escribas y fariseos no se atrevían a contradecir los poderes manifiestos del
Señor, buscaban ocasiones y razonamientos diversos con los cuales reprender o
culpar al Señor o a sus discípulos. Por eso, en el presente pasaje acusaban a
los discípulos del Señor de transgredir la ley porque no comían el pan con las
manos lavadas, según la tradición de los mayores, diciendo: ¿Por qué tus
discípulos transgreden las tradiciones de nuestros mayores? Pues no se lavan
las manos cuando comen pan. Establecieron ciertamente los antepasados de los
judíos, entre otras observancias, también esto: que nadie recibiera alimento o
lo comiera si no se había lavado antes las manos. Pero en esta observancia hay
más bien un uso y una costumbre humana, no un provecho para la salvación. Por
esto esa tradición de los mayores es casi superflua, porque no puede ser
provechosa para la salvación. Y no se obtiene justificación alguna a partir de
esta tradición, ni se comete un delito si se deja de cumplir. Pues Dios no
exige del hombre que cuando vaya a comerse lave las manos, sino que tenga un
corazón limpio y una conciencia lavada de las suciedades de los pecados. En
verdad, ¿de qué aprovecha lavarse las manos y tener la conciencia manchada?»
(San Cromacio de Aquilea [340- ¿408?]. Evangelio de san Mateo.
Tratado 53, 1).
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