Evangelio del 22 de agosto 2024 Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
"El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un
banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los
invitados, pero éstos no quisieron ir.
Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: 'Tengo preparado el
banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está
listo. Vengan a la boda'. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su
campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los
insultaron y los mataron.
Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron
muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego les dijo a sus criados: 'La boda está preparada; pero los que
habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los
caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren'. Los
criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y
buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados.
Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un
hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: 'Amigo, ¿cómo has
entrado aquí sin traje de fiesta?' Aquel hombre se quedó callado. Entonces el
rey dijo a los criados: 'Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las
tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación'. Porque muchos son los
llamados y pocos los escogidos".
Reflexión
Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la
vida en abundancia pensada para el hombre desde toda la eternidad, la cual
habíamos perdido por el pecado.
Sin embargo, aceptar o no, depende de cada uno de nosotros. ¿Excusas?
¡Muchas! Pero, como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni
para presentarnos indignamente a la mesa del Señor. Y digo para presentarnos
dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que, a veces hace
que se juzgue duramente al rey, que exige a un pobre el llevar vestido de
fiesta, es que el traje de fiesta, en este tipo de eventos, era proporcionado
por el mismo que hacía la invitación, por lo que no había excusa para no
tenerlo. Lo mismo pasa con nosotros.
Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos,
pobres o ricos; nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado
de dones, sobre todo, de la gracia santificante, que es el vestido para la
fiesta del Reino.
Por ello, no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del
amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo, en una palabra, no hay excusa
para no ser santo.
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