lunes, 19 de agosto de 2024

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240825

 


«Pero no actuaron así los Doce. Por eso les dijo: ¿También vosotros queréis marcharos?, deseando demostrar una vez más que no necesitaba de su servicio y veneración, y que no por ese motivo los llevaba consigo. ¿Cómo puede tener necesidad de ellos quien dice algo semejante? ¿Por qué no los alabó? ¿Por qué no los ensalzó? En primer lugar, por salvaguardar la propia dignidad de maestro, y, en segundo, para demostrarles que era mucho más conveniente atraerles de esa forma. Si los hubiera alabado habrían experimentado un sentimiento muy humano al considerar que le estaban haciendo un favor. Mas, al mostrarles que no necesitaba de su compañía, los sujetó más. Observa con qué prudencia les habló. No les dijo "marchaos", expresión propia de quien despacha, sino que les preguntó: ¿También vosotros queréis marcharos?, frase propia de quien elude toda violencia y obligación, de quien no desea unirse a alguien con algún procedimiento vergonzoso, sino con gratitud. Con no acusarles abiertamente, sino con un trato delicado, les mostró cómo es conveniente actuar en esas circunstancias. Nosotros, sin duda, padecemos adversidades porque lo hacemos todo por nuestra gloria. Por eso juzgamos que nuestras cosas se resienten con el abandono de nuestros criados. Él, en cambio, ni los aduló, ni los apartó de él, sino que sólo les preguntó. No era éste el comportamiento de quien los desprecia, ni de quien desea retenerlos por la fuerza y por obligación. Permanecer en estas condiciones es lo mismo que marcharse. ¿Qué dice entonces Pedro?: ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna... ¿Compruebas que no eran las palabras las que escandalizaban, sino la desidia, la indiferencia y la maldad de los oyentes?» (San Juan Crisóstomo [c.347-407]. Evangelio de Juan. Homilía 47, 3).

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