Evangelio del 9 de agosto 2024 Mateo 16, 24-28
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que
tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el
que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo
entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre ha de
venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces
dará a cada uno lo que merecen sus obras.
Yo les aseguro que algunos de los
aquí presentes no morirán, sin haber visto primero llegar al Hijo del hombre
como rey"
Reflexión
Jesús puso dos condiciones para
seguirlo: negarse a sí mismo y tomar la cruz.
Es importante el orden en el que
Jesús las propone, ya que, quien no es capaz de renunciar a sí mismo, es decir,
a no tenerse por alguien importante, a considerar a los demás mejores, en una
palabra, a aceptar su realidad de criatura, de su nada, no podrá cargar con la
cruz. Casi todos los estudiosos de la Biblia están de acuerdo en que la
expresión "tomar la cruz" fue usada por Jesús pensando en "el
ridículo y la humillación" que experimentaban los condenados a la
crucifixión, que tenían que pasar por la ciudad cargando el madero y después
ser exhibidos públicamente.
En esta procesión, hasta el lugar
de la crucifixión, la gente los insultaba, se burlaba de ellos, los escupía y
despreciaba. Sólo quien se ha negado a sí mismo, puede afrontar con serenidad
los insultos, el ridículo, la incomprensión y las persecuciones por causa del
Evangelio.
Ciertamente que seguir a Jesús no
es fácil, pero vale la pena, pues: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo,
si finalmente se pierde a sí mismo?
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