EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240811
«Cuyo Dios es el vientre y su gloria está en la ignominia, decía san
Pablo de algunos judíos al escribir a los Filipenses (3, 19). Que éstos eran
judíos es evidente, tanto por lo que precede cuanto por lo que decían al
acercarse a Cristo. Cuando les dio pan y sació sus estómagos, decían que era un
profeta y trataban de hacerlo rey. Sin embargo, cuando los instruía sobre el
alimento espiritual y sobre la vida eterna, cuando les apartaba de las cosas
sensibles, cuando les hablaba de la resurrección y levantaba su ánimo, cuando
más preciso era que le admiraran, entonces murmuran y se apartan de él. Ahora
bien, si éste era el profeta, tal y como habían reconocido antes, preciso era
que le escucharan cuando afirmaba: He bajado del cielo. Pero no le prestaban atención,
sino que murmuraban. Todavía estaba reciente el milagro de los panes, y por eso
le respetaban y no le contradecían abiertamente, pero manifestaban con
murmuraciones su disgusto porque no les dio el alimento que ellos deseaban.
Murmuraban diciendo: ¿No es éste el hijo de José?, de lo que se infiere que
todavía desconocían su admirable y extraordinaria generación, y por eso le
llamaban hijo de José. No les reprende cuando dicen eso, no porque lo fuese,
sino porque aún no estaban en disposición de oír aquella maravillosa
concepción. Si no podían entender la concepción según la carne, mucho menos
aquella divina e inefable. Si no les descubrió la verdad más accesible, mucho
menos habría de comunicarles aquellas cosas. Les escandalizaba que fuese hijo
de un padre modesto y de baja condición social, mas no les reveló la verdad, no
fuera que, por evitar un escándalo, originara otro» (San Juan Crisóstomo
[c.347-4071. Evangelio de Juan. Homilía 46, 1).
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal