EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240804
«Tras el sacramento del milagro, Jesús añade un sermón para, si es
posible, alimentar a quienes ya habían sido alimentados, y con las palabras
saciar las mentes de aquellos cuyos vientres sació de pan; pero sí comprenden;
y, si no comprenden, para que no perezcan los fragmentos se recogerá lo que no
entienden. Hable, pues, y escuchemos: Jesús les respondió y dijo: En verdad, en
verdad os digo: me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de
mis panes. Me buscáis por la carne, no por el espíritu. [...] Me buscáis no
porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Trabajad no por el
alimento que perece, sino por el que permanece para vida eterna. Me buscáis a
mí por otra cosa; buscadme por mí. Por cierto, se insinúa a sí mismo como ese
alimento que más adelante aclara él: el que os dará el Hijo del hombre. Creo
que aguardabas comer de nuevo panes, recostarte de nuevo, saciarte de nuevo.
Pero había dicho: No el alimento que perece, sino el que permanece para vida
eterna, como se había dicho a aquella mujer samaritana: Si supieras quién te
pide de beber, quizá le hubieses pedido a él y te daría agua viva, cuando ella
dijo: ¿Cómo tú, si no tienes cubo y el pozo es hondo? Respondió a la
samaritana: Si supieras quién te pide de beber, tú le hubieses pedido a él y te
daría un agua gracias a la cual quien la bebiere no tendrá más sed, porque
quien bebiere de esta agua tendrá sed de nuevo. Ella se alegró y, la que se
fatigaba por el esfuerzo de sacarla, quiso recibirla como para no padecer sed
corporal; y así, entre conversaciones de esta índole, llegó al pozo espiritual;
también aquí sucede absolutamente de este modo» (San Agustín [354-430].
Evangelio de Juan. Tratado 25, 10-11
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