miércoles, 31 de julio de 2024

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240804

 


«Tras el sacramento del milagro, Jesús añade un sermón para, si es posible, alimentar a quienes ya habían sido alimentados, y con las palabras saciar las mentes de aquellos cuyos vientres sació de pan; pero sí comprenden; y, si no comprenden, para que no perezcan los fragmentos se recogerá lo que no entienden. Hable, pues, y escuchemos: Jesús les respondió y dijo: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Me buscáis por la carne, no por el espíritu. [...] Me buscáis no porque visteis signos, sino porque comisteis de mis panes. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que permanece para vida eterna. Me buscáis a mí por otra cosa; buscadme por mí. Por cierto, se insinúa a sí mismo como ese alimento que más adelante aclara él: el que os dará el Hijo del hombre. Creo que aguardabas comer de nuevo panes, recostarte de nuevo, saciarte de nuevo. Pero había dicho: No el alimento que perece, sino el que permanece para vida eterna, como se había dicho a aquella mujer samaritana: Si supieras quién te pide de beber, quizá le hubieses pedido a él y te daría agua viva, cuando ella dijo: ¿Cómo tú, si no tienes cubo y el pozo es hondo? Respondió a la samaritana: Si supieras quién te pide de beber, tú le hubieses pedido a él y te daría un agua gracias a la cual quien la bebiere no tendrá más sed, porque quien bebiere de esta agua tendrá sed de nuevo. Ella se alegró y, la que se fatigaba por el esfuerzo de sacarla, quiso recibirla como para no padecer sed corporal; y así, entre conversaciones de esta índole, llegó al pozo espiritual; también aquí sucede absolutamente de este modo» (San Agustín [354-430]. Evangelio de Juan. Tratado 25, 10-11

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