En aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus
discípulos y les dijo: "Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con
ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a
celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios".
Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de
gracias y dijo: "Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro
que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de
Dios".
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se
lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan
esto en memoria mía". Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de
vino, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que
se derrama por ustedes."
Reflexión
Dos acciones pueden ser consideradas como las propias del sacerdote
ministerial: La Reconciliación y la celebración Eucarística. De manera
particular, en la Eucaristía actualiza de nuevo la Cena y posibilita a la
Iglesia comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo, elementos sin los cuales,
como lo dice el mismo Jesús no se pude tener vida, no se puede resucitar.
Jesús ha sellado una nueva alianza, una alianza de amor, por medio de
la cual nosotros aceptamos ser su pueblo y él ser nuestro Dios. Aceptamos vivir
de acuerdo con el Evangelio y él nos promete darnos la gracia para ser
verdaderamente felices. Con el amén que pronunciamos cuando el sacerdote
levanta el cáliz con la sangre de Cristo y la patena con su cuerpo, estamos
reafirmando este compromiso.
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