En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No crean que he venido a
abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud.
Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de
cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe
eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los
cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos».
Reflexión
Con estas palabras nos enseña Jesús dos cosas. Primero, que el Antiguo
Testamento forma parte auténtica de la revelación de Dios y segundo, que no hay
mandamientos pequeños o enseñanzas banales en la Escritura. Cierto que el
Antiguo Testamento, por haber sido escrito en un tiempo y cultura lejanos a
nosotros, no siempre es fácil de entender.
Sin embargo, esto no quiere decir que no debemos buscar en él la
voluntad de Dios. Por otro lado, es cierto que no todo lo que entendemos,
incluso del Nuevo Testamento, es fácil de cumplir. Requiere, ante todo, de la
firme convicción de que esto es lo que Dios quiere, y que como tal, debemos de
respetarlo y actuar como él nos lo propone.
Es importante tenerlo en mente, pues, en esta confusión moral e incluso
teológica, no faltan las opiniones sobre algunos aspectos de la Escritura, que
no se toman en cuenta y son causa de dolor y de malestar para nosotros mismos y
para la sociedad. Estemos siempre atentos, tengamos como fuente de sabiduría la
Palabra de Dios, y como fuente de conocimiento e interpretación el
"Magisterio Ordinario de la Iglesia".
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