«Eran muchos los apóstoles y sólo a uno se dice: Apacienta mis ovejas. ¡lejos
de mí hay que decir que faltan ahora buenos pastores; lejos de mí pensar que
lleguen a faltar; lejos de su misericordia el que no los engendre y constituya
como tales! En efecto, si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues
de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores
están en uno, forman una unidad. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta.
Los amigos del esposo no profieren su voz propia, sino que gozan de la voz del
esposo. Por lo tanto, es él mismo quien apacienta cuando ellos apacientan.
Dice: "Soy yo quien apaciento” pues en ellos se halla la voz de él, en
ellos su caridad. Quería que el mismo Pedro a quien confiaba sus ovejas, como
si fuera su otro yo, formase unidad consigo, para de este modo confiarle las
ovejas. Porque así Cristo sería la cabeza y Pedro representaría al cuerpo, es
decir, a la Iglesia, y como esposo y esposa serían dos en una sola carne. Por
lo tanto, al confiarle las ovejas, ¿qué le pregunta antes como para no
confiárselas a otro distinto de SI? Pedro, ¿me amas? Y respondió: Te amo. De
nuevo: ¿Me amas? Y respondió: Te amo. Y por tercera vez: ¿Me amas? Y respondió:
Te amo. Asegura la caridad para consolidar la unidad. Así, pues, él mismo,
siendo único, apacienta en éstos; y éstos apacientan formando parte del que es
único. No se habla de los pastores, y se está hablando. Se glorían los
pastores, pero quien se gloríe, que se gloríe en el Señor. Esto es apacentar
para Cristo, apacentar en Cristo, apacentar con Cristo y no apacentarse a sí
mismo fuera de Cristo» (San Agustín [354-4301. Sermón 46, 29-30).
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