EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20241110

«Recordemos
también a aquella viuda, que olvidándose de sí misma y preocupada únicamente
por los pobres, pensando sólo en el futuro, dio todo lo que tenía para vivir,
como lo atestigua el mismo juez. Los demás -dice- han echado de lo que les
sobra; pero ésta, más pobre tal vez que muchos pobres -ya que toda su fortuna
se reducía a dos moneditas-, pero en su corazón más espléndida que todos los
ricos, puesta su esperanza en solas las riquezas de la eterna recompensa y
ambicionando para sí sólo los tesoros celestiales, renunció a todos los bienes
que proceden de la tierra y a la tierra retornan. Echó lo que tenía, con tal de
poseer los bienes invisibles. Echó lo corruptible, para adquirir lo inmortal.
No minusvaloró aquella pobrecilla los medios previstos y establecidos por Dios
en orden a la consecución del premio futuro; por eso tampoco el legislador se
olvidó de ella y el árbitro del mundo anticipó su sentencia: en el evangelio
hace el elogio de la que coronará en el juicio. Negociemos, pues, al Señor con
los mismos dones del Señor; nada poseemos que de él no hayamos recibido, sin
cuya voluntad ni siquiera existiríamos. Y, sobre todo, ¿cómo podremos
considerar algo nuestro, nosotros que, en virtud de una hipoteca importante y
peculiar, no nos pertenecemos, y no ya tan sólo porque hemos sido creados por
Dios, sino por haber sido por él redimidos? (...) Restituyamos, pues, sus dones
al Señor; démosle a él, que recibe en la persona de cada pobre; demos, insisto,
con alegría, para recibir de él la plenitud del gozo, como él mismo ha dicho
(San Paulino de Nola [355-431]. Carta 34).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario