En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando vean a
Jerusalén sitiada por un ejército, sepan que se aproxima su destrucción.
Entonces, los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en la
ciudad, que se alejen de ella; los que estén en el campo, que no vuelvan a la
ciudad; porque esos días serán de castigo para que se cumpla todo lo que está
escrito. ¡Pobres de las que estén embarazadas y de las que estén criando en
aquellos días! Porque vendrá una gran calamidad sobre el país y el castigo de
Dios se descargará contra este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán
llevados cautivos a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por los
paganos, hasta que se cumpla el plazo que Dios les ha señalado. Habrá señales
prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra las naciones
se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la
gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán
sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir
al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas
comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la
hora de su liberación".
Reflexión
El texto nos enseña a ver las crisis y las tribulaciones no como un fin absoluto o solo como motivos de desesperación, sino como precursores de un nuevo comienzo. Nos llama a tener una fe proactiva: en lugar de huir o escondernos ante las dificultades del mundo, debemos levantar la cabeza con valentía y esperanza, sabiendo que cada señal de desorden nos acerca al propósito final de Dios y a nuestra liberación. La redención es la meta, y la vigilancia es el camino.

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