En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre
le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la
herencia". Pero Jesús le contestó: "Amigo, ¿quién me ha puesto como
juez en la distribución de herencias?” Y dirigiéndose a la multitud, dijo:
"Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la
abundancia de los bienes que posea”. Después les propuso esta parábola:
"Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: '¿Qué haré,
porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer:
derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha
y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para
muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida'. Pero Dios le dijo:
'¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?'
Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico en lo
que vale ante Dios".
Comentario
Esta parábola es reflejo de contextos donde el éxito se mide por
posesiones. Jesús no condena el trabajo ni la planificación, sino el olvido de
lo esencial: la vida no depende de la abundancia de bienes, sino de la comunión
con Dios y el servicio a los demás.
La avaricia distorsiona la visión de la vida. El hombre rico no piensa en los demás ni en Dios, solo en sí mismo. Usa expresiones como “mis frutos”, “mis bienes”, “mis graneros”, revelando una actitud centrada en el ego.
La seguridad basada en bienes es ilusoria. Jesús muestra que la vida
puede terminar en cualquier momento, y lo acumulado no garantiza paz ni
salvación.
La verdadera riqueza está en Dios. El pasaje concluye con una
exhortación: “Así es el que acumula riquezas para sí, y no es rico ante Dios.”
Esto invita a vivir con generosidad, confianza y apertura al Reino.
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