En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste
comenzó a decirles: "La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide
una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás
fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre
para la gente de este tiempo. Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo,
la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella
vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de
Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada la gente de
este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para
condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí
hay uno que es más que Jonás".
Reflexión
En este pasaje, Jesús confronta a una multitud que busca señales como
prueba de su autoridad. Su respuesta es tajante: “Esta generación es una
generación perversa; pide una señal, pero no se le dará más señal que la del
profeta Jonás.” Con estas palabras, Jesús no solo denuncia la incredulidad de
su tiempo, sino que también revela una verdad profunda: la fe auténtica no
depende de milagros espectaculares, sino de la apertura del corazón a la
Palabra de Dios.
La referencia a Jonás es clave. Así como Jonás fue un signo para los
ninivitas —un profeta que, tras su experiencia en el vientre del pez, predicó
el arrepentimiento—, Jesús se presenta como un signo aún mayor. Su muerte y
resurrección serán la señal definitiva, pero muchos no sabrán reconocerla. La
Reina del Sur y los hombres de Nínive, que respondieron con fe a lo que
escucharon, se convierten en testigos contra quienes, teniendo delante al Hijo
de Dios, permanecen indiferentes.
Este texto nos interpela hoy: ¿Qué tipo de señales buscamos para creer?
¿Estamos dispuestos a dejarnos confrontar por la Palabra, como lo hicieron los
ninivitas? ¿Reconocemos en Jesús el signo supremo del amor y la misericordia de
Dios?
Más que exigir pruebas, estamos llamados a abrir los ojos del corazón.
La verdadera señal ya ha sido dada: Cristo crucificado y resucitado. Y esa
señal nos invita a la conversión, a la escucha profunda, y a la fe que
transforma.
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