En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?" Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.
Jesús coloca a un niño en medio de sus discípulos como respuesta a una pregunta sobre grandeza, subvirtiendo toda lógica de poder humano. En lugar de exaltar al más fuerte o sabio, señala al más vulnerable, al más confiado, como modelo del Reino de los cielos.
Jesús nos invita hoy a reconsiderar nuestras prioridades espirituales. El niño representa la humildad, la dependencia y la pureza de corazón. Jesús no solo lo abraza, sino que lo pone como ejemplo y advierte que despreciar a uno de estos pequeños es ignorar la mirada constante de los ángeles y del Padre celestial. Es una declaración radical sobre el valor de cada vida, especialmente la más frágil.