En aquel tiempo, los fariseos y los escribas le preguntaron a Jesús:
"¿Por qué los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oración,
igual que los discípulos de los fariseos, y los tuyos, en cambio, comen y
beben?" Jesús les contestó: "¿Acaso pueden ustedes obligar a los
invitados a una boda a que ayunen, mientras el esposo está con ellos? Vendrá un
día en que les quiten al esposo, y entonces sí ayunarán". Les dijo también
una parábola: "Nadie rompe un vestido nuevo para remendar uno viejo,
porque echa a perder el nuevo, y al vestido viejo no le queda el remiendo del
nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo revienta los
odres y entonces el vino se tira y los odres se echan a perder. El vino nuevo
hay que echarlo en odres nuevos y así se conservan el vino y los odres. Y
nadie, acabando de beber un vino añejo, acepta uno nuevo, pues dice: El añejo
es mejor ".
Reflexión
Los fariseos preguntan por qué los discípulos de Jesús no ayunan como
los de Juan. Jesús responde con imágenes nupciales y parábolas que revelan una
verdad profunda: la presencia del Esposo transforma el tiempo ordinario en
tiempo de fiesta.
¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio
está con ellos?”
Jesús no rechaza el ayuno, pero lo sitúa en su contexto: la vida nueva
que Él trae no puede encerrarse en estructuras viejas. Como el vino nuevo,
necesita odres nuevos. Como un vestido nuevo, no puede remendarse con retazos
del pasado.
El “vino nuevo” es la gracia, la novedad del Reino.
Los “odres viejos” son las prácticas religiosas sin corazón, sin
apertura al Espíritu.
El “Esposo” es Cristo, cuya presencia cambia la lógica del sacrificio
por la del amor.
Este pasaje nos invita a renovar nuestras estructuras internas. No
basta con seguir ritos si el corazón no ha sido transformado. ¿Estoy dispuesto
a convertirme en odre nuevo para recibir el vino nuevo de Cristo?
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