martes, 5 de agosto de 2025

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250810

 



«Si conservas en tu cuerpo el templo de Dios, si tus miembros son miembros de Cristo, lucirán tus virtudes, que nadie conseguirá apagar, a menos que las apague tu propio pecado. Resplandezca la solemnidad de nuestras fiestas con esta luz de mente pura y afectos sinceros. Brille, pues, siempre tu lámpara. Reprende Cristo incluso a los que, sirviéndose de la lámpara, no siempre la utilizan, diciendo: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. No nos gocemos eventualmente de la luz. Se goza eventualmente el que en la Iglesia escuchó la palabra y se alegra; pero en saliendo de ella se olvida de lo que oyó y no se preocupa más. Éste es el que deambula por su casa sin lámpara; y, en consecuencia, camina en tinieblas, el que se ocupa de actividades propias de las tinieblas, vestido de las vestiduras del diablo y no de Cristo. Esto sucede cada vez que no luce la lámpara de la palabra. Por tanto, no descuidemos jamás la palabra de Dios, que es para nosotros origen de toda virtud y una cierta potenciación de todas nuestras obras. Si los miembros de nuestro cuerpo no pueden actuar correctamente sin luz -pues sin luz los pies vacilan y las manos yerran-, ¿con cuánta mayor razón no habrán de referirse a la luz de la palabra los pasos de nuestra alma y las operaciones de nuestra mente? Pues existen también unas manos del alma, que tocan acertadamente, como tocó Tomás las señales de la resurrección del Señor, si nos ilumina la luz de la palabra presente. Que esta lámpara permanezca encendida en toda palabra y en toda obra. Que todos nuestros pasos, externos e internos, se muevan a la luz de esta lámpara» (San Ambrosio [c. 340-3971. Comentario al salmo 118. Sermón 14, 1 1-13).

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