«Así pues, apacentar las ovejas de Cristo es confirmar a los que creen
en Cristo, para que no desfallezcan en la fe y trabajar con ahínco para que
avancen más y más en la fe. No obstante, hay que tener muy en cuenta que esta
misma atención al rebaño del Señor no hay que ejercerla con una solicitud
uniforme, sino variada. Porque es necesario que el que gobierna provea
diligentemente, a fin de que a sus súbditos no les falte la ayuda incluso
material, y que solícito les dé ejemplo de virtud, al mismo tiempo que les
exhorta de palabra. Y si sorprende a algunos que se oponen a los bienes
espirituales —o incluso a los materiales que pertenecen a todos—, debe resistir
todo lo que pueda a su violencia, corregir a esos mismos individuos —si acaso
se equivocan— e incluso castigarles con justicia a la vez que misericordia,
según la palabra del salmista, y no adular sus corazones con el óleo de un
consentimiento nocivo. Porque también esto pertenece a la tarea de pastor. En
efecto, el que descuida corregir los errores de los súbditos y curar las
heridas de los pecados en ellos, en la medida de sus fuerzas, ¿con qué derecho
pretende contarse entre los pastores de las ovejas de Cristo? Porque el pastor debe
tener asentado en su corazón que no puede olvidar tratar a sus súbditos, no
como algo propio, sino como rebaño de su Señor, según lo que se le dice a
Pedro: "si me amas, apacienta a mis ovejas'! Dice "mías", no
"tuyas'! "Ten en cuenta que mis ovejas te han sido encomendadas y, si
me amas con perfección, acuérdate de gobernarlas como mías, con el fin de que
busques en ellas mi gloria, mi imperio, mi ganancia, no los tuyos"» (San
Beda el Venerable [c. 672-7356]. Homilías sobre los Evangelios. XXII, 8-9).
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