«Si en la casa de Dios Padre no hubiera muchas estancias, decía el
Señor, sería causa suficiente para anticiparme a preparar mansiones para los
santos; pero como sé que hay ya muchas preparadas esperando la llegada de los
que aman a Dios, no es ésta la causa de mi partida, sino la de prepararos el
retorno al camino del cielo, como se prepara una estancia, y allanar lo que un
tiempo era intransitable. En efecto, el cielo era absolutamente inaccesible al
hombre y jamás, hasta entonces, la naturaleza humana había penetrado en el puro
y santísimo ámbito de los ángeles. Cristo fue el primero que inauguró para
nosotros esa vía de acceso y ha facilitado al hombre el modo de subir allí,
ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre como primicia de los muertos y de los que
yacen en la tierra. Él es el primer hombre que se ha manifestado a los
espíritus celestiales. Por esta razón, los ángeles del cielo, ignorando el
augusto y grande misterio de aquella venida en la carne, contemplaban atónitos
y maravillados a aquel que ascendía, y, asombrados ante el novedoso e inaudito
espectáculo, no pudieron menos de exclamar: ¿Quién es ése que viene de Edom?
Esto es, de la tierra. Pero el Espíritu no permitió que aquella multitud
celeste continuase en la ignorancia de la maravillosa sabiduría de Dios Padre,
antes bien mandó que se le abrieran las puertas del cielo como a Rey Señor del
universo, exclamando: portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas
compuertas: va a entrar el Rey de la Gloria. Así pues, nuestro Señor Jesucristo
nos ha inaugurado un camino nuevo y vivo, como dice Pablo: Ha entrado no en un
santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo, para ponerse ante
Dios, intercediendo por nosotros» (San Cirilo de Alejandría [370-444].
Comentario al evangelio de Juan. Libro 9).
miércoles, 28 de mayo de 2025
EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250601
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