«¿Qué mejor noticia podemos dar que ésta: el Salvador ha resucitado? ¿Qué
es la Iglesia? El Cuerpo de Cristo. Añádele la cabeza y tendrás un hombre
completo. Cabeza y cuerpo forman un solo hombre. ¿Quién es la cabeza? Aquel que
nació de la Virgen María, que asumió una carne mortal sin pecado, que fue
abofeteado, flagelado, despreciado y crucificado por los judíos, que fue
entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Él es la
cabeza de la Iglesia, él es el pan que procede de aquella tierra.
Y, ¿cuál es su cuerpo? Su esposa, esto es, la Iglesia. Serán los dos una sola
carne. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Así
se expresó también el Señor en el Evangelio, cuando dijo hablando del varón y
de la mujer: De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Quiso por tanto
que fuesen un solo hombre Dios-Cristo y la Iglesia. Allí está la cabeza, aquí
los miembros. No quiso resucitar con los miembros, sino antes que ellos, para
motivar la esperanza de los miembros. Y si la cabeza quiso morir, fue para ser
el primero en resucitar, el primero en subir a los cielos, de modo que los
demás miembros depositaran la esperanza en su Cabeza, y aguardaran el
cumplimiento en sí mismos de lo que previamente se había realizado en su
cabeza. Pero como se dignó ser la cabeza de la Iglesia, ésta podría haber
desesperado de la propia resurrección, de no haber asistido a la resurrección
de su cabeza. Fue visto primero por las mujeres, quienes se lo anunciaron a los
hombres. Fueron las mujeres las primeras en ver al Señor resucitado, y el
evangelio fue anunciado por las mujeres a los futuros apóstoles y evangelistas,
y por mediación de las mujeres les fue anunciado Cristo.... Evangelio equivale
a buena noticia. ¿Qué mejor noticia podemos dar que ésta: que ha resucitado
nuestro Salvador?» (San Agustín [354-430]. Sermón 45 sobre el Antiguo
Testamento).
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