En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» Jesús le respondió: «El
primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y
con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
No hay ningún mandamiento mayor que éstos».
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que
el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo,
vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: «No estás
lejos del Reino de Dios». Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Reflexión
Una de las cosas que todavía me sorprende es que cuando hacemos nuestro
examen de conciencia empezamos siempre con el segundo mandamiento y pocas veces
nos ponemos a reflexionar si realmente estamos cumpliendo con el primero ya que
está a la base de todos los demás.
¿Te has puesto a pensar sobre cuánto amas a Dios? La ley nos dice que
se debe amar a Dios con todo el corazón, con toda nuestra mente, con todas
nuestras fuerzas pero ¿cómo? ¿Qué significa esto? El problema del amor es
siempre el punto de referencia. El cristiano tiene como único punto de
referencia a Cristo, es decir, al amar tenemos que hacerlo de la misma manera
que él lo hizo: hasta dar la vida por el ser amado. El mandamiento expresado
por la ley y por Cristo implicaría dar la vida por Dios, sin embargo, no
vayamos tan lejos, preguntémonos hoy: ¿seríamos capaces de dejar de hacer algo
que es pecado por amor a Dios?
Si no somos capaces de dejar el pecado por amor a Dios, mucho menos lo
seremos de donarle toda nuestra mente, todo nuestro corazón y todo nuestro ser
para que en nuestra vida encuentre su gloria. ¿Qué tanto amas a Dios?
¡Pruébaselo!
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