miércoles, 18 de diciembre de 2024
EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20241222
«¿Y de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a verme? Oh, cuán
grande es la humildad en el interior de la que profetiza! ¡Qué verdad la
palabra que pronunció el Señor! En cuanto la vio, reconoció a la madre de su
Señor que había venido a ella, pero al no encontrar en sí misma ningún mérito
que la hiciera digna de ser visitada por un huésped tan ilustre, exclamó: ¿De
dónde a mí que la madre de mi Señor venga a ml? Porque, indudablemente, el
mismo Espíritu que le inspiró el don de profecía, le prestó igualmente la
gracia de la humildad. Llena de espíritu profético, entendió que se llegaba
hasta ella la madre del Salvador; pero, imbuida del espíritu de humildad,
reconoció que ella era indigna de su llegada. (.. .) Por revelación del mismo
Espíritu del que estaba colmada, Isabel entendió el significado de la
exultación de su hijo: esto es, que había llegado la madre de Aquel cuyo precursor
y mensajero él estaba llamado a sen Y ¡qué admirable y qué rápida es la acción
del Espíritu Santo! En verdad, no hay ninguna dilación en el aprender, cuando
actúa el Espíritu como maestro. He aquí que, en el mismísimo instante, junto
con la voz de la que saluda, surge la alegría del niño: porque, mientras la voz
corporal llega hasta los oídos, una virtud espiritual penetra el corazón de
quien oye y enciende en amoral Señor que llega, no sólo a la madre, sino
también al hijo. De ahí que al punto la misma madre del Precursor del Señor se
ocupó de anunciar abiertamente a los que estaban presentes y escuchaban lo que
ella había conocido de un modo privado. Porque añade: Y dichosa la que ha
creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor» (San Beda el
Venerable [c. 672-736]. Homilías sobre los Evangelios 1. Homilía IV. 13-15).
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