EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20241208

«Él, que posee en
todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva de su
gloria, para que yo pueda ser partícipe de su plenitud. ¿Qué son estas riquezas
de su bondad? ¿Qué es este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen divina,
mas no supe conservarla. Ahora él asume mi condición humana, para salvar
aquella imagen y dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con
nosotros un segundo consorcio mucho más admirable que el primero. Convenía que
la naturaleza humana fuera santificada mediante la asunción de esta humanidad
por Dios; así, superado el tirano por una fuerza superior, el mismo Dios nos
concedería de nuevo la liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo.
Todo ello para gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo
toda su actuación. El buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca
de la oveja descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos a los
ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez hallada, la tomó sobre sus
hombros, los mismos que cargaron con la cruz, y la condujo asía la vida
celestial. A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue esta luz
clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo mismo,
que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, predisponiéndolo para el
Espíritu con la previa purificación del agua. Fue necesario que Dios se hiciera
hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para
ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; hemos
sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado» (San Gregorio de
Nacianzo [329-3891. Sermón 45).
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