En aquel tiempo, al llegar Jesús a donde estaba la multitud, se le
acercó un hombre, que se puso de rodillas y le dijo: "Señor, ten compasión
de mi hijo. Le dan ataques terribles. Unas veces se cae en la lumbre y otras
muchas, en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no han podido
curarlo".
Entonces Jesús exclamó: "¿Hasta cuándo estaré con esta gente
incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla? Tráiganme aquí al
muchacho". Jesús ordenó al demonio que saliera del muchacho, y desde ese
momento éste quedó sano.
Después, al quedarse solos con Jesús, los discípulos le preguntaron:
"¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?" Les
respondió Jesús: "Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes
tuvieran fe, al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a
ese monte: «Trasládate de aquí para allá», y el monte se trasladaría. Entonces
nada sería imposible para ustedes".
Reflexión
¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera ese demonio? Es una buena
pregunta hecha por los discípulos y asimismo, es una buena pregunta que debemos
hacernos a nosotros mismos, porque también nosotros estamos en guerra contra el
demonio, contra la influencia de la lógica y las dinámicas del mundo sin Dios y
contra nuestras propias inclinaciones al bienestar, al placer y a evitar todo
lo que nos desagrada.