miércoles, 8 de octubre de 2025

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20251012


 


«No se sabe que el Señor mandara a los sacerdotes a otros, a quienes había concedido beneficios corporales, sólo a los leprosos. Y es que el sacerdocio de los judíos figuraba el sacerdocio que está en la Iglesia. Los demás vicios los sana y corrige interiormente el Señor mismo, en la conciencia; mientras que el poder de administrar los Sacramentos y el de la predicación, ha sido concedido a la Iglesia. Cuando los leprosos iban, quedaron limpios, porque los gentiles, a quienes vino san Pedro, no habiendo recibido aún el sacramento del Bautismo, por el cual se viene espiritualmente a los sacerdotes, son declarados limpios por la infusión del Espíritu Santo. Por lo tanto, todo el que se asocia a la doctrina íntegra y verdadera de la Iglesia, aunque se manifieste que no se ha manchado con el error, que es como la lepra, será, sin embargo, ingrato con el Señor, que lo cura, si no se postra para darle gracias con piadosa humildad, y se hará semejante a aquellos de quienes dice el Apóstol (Rm 1, 21), que, habiendo conocido a Dios, no le confesaron como tal, ni le dieron gracias. Estos tales, pues, como imperfectos, serán del número nueve, porque necesitan de uno más para formar cierta unidad y ser diez. Y aquel que dio gracias fue alabado porque representaba la unidad de la Iglesia. Y como aquéllos eran judíos, se declaró que habían perdido por la soberbia el reino de los cielos, en donde la unidad se conserva principalmente. En cambio, éste, que era samaritano, que quiere decir custodio, dando lo que había recibido a Aquel de quien lo recibió, según las palabras del Salmo (Sal 58,10): "Guardaré mi fortaleza para ti", conservó la unidad del reino con su humilde reconocimiento» (San Agustín (354-430). De quaest Evang. 2, 40).

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