lunes, 1 de septiembre de 2025

Evangelio del 2 de septiembre 2025 Lucas 4, 31-37

 



En aquel tiempo, Jesús fue a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Todos estaban asombrados de sus enseñanzas, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar muy fuerte: "¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios". Pero Jesús le ordenó: "Cállate y sal de ese hombre". Entonces el demonio tiró al hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño. Todos se espantaron y se decían unos a otros: "¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y estos se salen". Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

 

Reflexión

 

Jesús entra en Cafarnaúm y enseña en la sinagoga. No es solo un maestro más: su palabra tiene autoridad, y esa autoridad no es meramente intelectual, sino espiritual, transformadora.

En medio de la asamblea, un hombre poseído por un espíritu impuro grita: “¡Sé quién eres: el Santo de Dios!”

Este momento revela algo poderoso: los demonios reconocen a Jesús antes que muchos humanos lo hagan. El mal no puede resistir la presencia de lo Santo. Jesús no dialoga ni negocia. Él ordena: “¡Cállate y sal de él!” y el espíritu obedece. No hay espectáculo, no hay violencia. Solo la fuerza de una palabra que sana y libera.

Jesús no necesita gritar ni imponer. Su autoridad viene de su unión con el Padre.

Cuando vivimos en gracia, nuestra sola presencia puede incomodar lo que no es de Dios. ¿Somos luz que incomoda a las tinieblas?

El demonio reconoce a Jesús como “el Santo de Dios”. ¿Reconocemos nosotros su santidad en nuestra vida diaria, o lo reducimos a una figura decorativa?

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