En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con quién compararé a los hombres
de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos niños que se sientan
a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros: 'Tocamos la flauta y no
han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado'.
Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y ustedes
dijeron: 'Ese está endemoniado'. Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y
dicen: 'Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y
pecadores'. Pero sólo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo
reconocen".
Reflexión
Hoy sí que Jesús nos eleva el listón: “Solo los que tienen la Sabiduría
de Dios son aquellos que lo reconocen”. Si lo vemos así de simple: ‘Solo los
que tienen la Sabiduría de Dios son aquellos que lo reconocen’, yo quedaría
fuera del grupo. Pero tenemos que entender esa Sabiduría de Dios: sencillo,
abierto, amante de lo pequeño, de lo frágil, de lo débil, pecador.
La Sabiduría de Dios es tomar lo pequeño y hacerlo grande; lo débil
hacerlo fuerte; al pecador, convertirlo en virtuoso. Esa es la Sabiduría de
Dios, porque Dios es Dios. Reconozcamos a Dios en el día a día: cómo de la nada
crea, da vida, hace salir el sol, ilumina la noche con las estrellas, pinta
sonrisas en los niños, en la cara de los ancianos.
Dios está aquí, en lo más
sencillo, en el más débil, en el más necesitado, en el que sufre, en el que
llora. Dios está a mi lado. No pidamos grandes pruebas, más bien, hay que abrir
los ojos y el corazón para reconocerlo en lo ordinario, que es extraordinario.
Vivamos viendo al mundo con la Sabiduría de Dios. Hoy te invito a elevar el
corazón y a decir: Gracias mi Dios por pintar e iluminar mi día.
Paola Treviño, consagrada del Regnum Christi.
En colaboración con Evangelización Activa.
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