Las acciones para remediar un poco
los estragos del maltrato a nuestra casa común comienzan a ser significativas
cuando son de alto impacto. Una botella de plástico que no usamos no hace una
diferencia sustancial. Un millón de botellas no usadas cada día empieza a ser
algo trascendente. Lo mismo pasa con los samaritanos del siglo XXI. Una persona
que ofrece frijoles y cobijas a un migrante está cumpliendo con su conciencia
humanitaria. No resuelve el problema a nivel macro, sin embargo, está viviendo
personalmente en conformidad con el Evangelio. Amar al prójimo sirviendo a los
migrantes, atendiendo a las víctimas de la violencia es una forma de aplicar el
mensaje de la parábola. Por fortuna, seguimos siendo interpelados doblemente:
por un lado, está ahí delante de nosotros el rostro del necesitado de pan,
abrigo y trabajo; por el otro, nos damos cuenta de personas solidarias, que
comparten algo de su tiempo y sus bienes. Estos samaritanos desajustan nuestra
indiferencia. Son los gestos proféticos que Dios escoge para llamarnos
oportunamente a servir y servirle.
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