Tomás, uno de los Doce a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos
cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al
Señor". Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en
su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y
Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les
dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí
están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no
sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios
mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que
creen sin haber visto".
Reflexión
La bienaventuranza que hoy hemos leído en este pasaje del evangelio
está dirigida a nosotros: a los que sin ver hemos creído. A los que sin ver a
Jesús resucitado creemos que él está vivo, que es Dios, que camina con nosotros
hasta la consumación de los siglos.
Es verdad que somos habitados por el Espíritu Santo; es verdad que todo
lo que pidamos con fe se nos dará; es verdad que tenemos reservado un lugar en
la eternidad con Jesús; es verdad que la vida vivida en el amor de Jesús es
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Por eso alégrate y goza tú que sin
ver has creído.
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