jueves, 17 de julio de 2025

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250720

 



«El Señor se hospedó en casa de una piadosa mujer llamada Marta y que, mientras ella se ocupaba de los quehaceres del servicio, su hermana María se hallaba sentada a los pies del Señor, escuchando su palabra. Aquella se afanaba, ésta holgaba; la primera daba, la segunda se llenaba. Entonces Marta, muy atareada en aquella ocupación y quehacer de servicio, recurrió al Señor y se quejó ante él de que su hermana no la ayudaba en la fatigosa tarea. Pero el Señor se dirigió a Marta en defensa de María, constituyéndose en abogado de esta él que había sido solicitado como juez por la otra: Marta, dice, estás ocupada en muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada. Hemos oído tanto el recurso como la sentencia del juez, sentencia que responde a la recurrente y defiende a la que él acogió bajo su tutela. María, en efecto, estaba atenta a la dulzura de la palabra del Señor Marta estaba atenta a cómo alimentar al Señor, María a cómo ser alimentada por el Señor. Marta preparaba un convite para el Señor; María disfrutaba ya del banquete que era el Señor mismo. Por tanto, ante el recurso al Señor elevado por su hermana, ¿Cómo pensar que María temiese que le dijera: "Levántate y ayuda a tu hermana", estando como estaba escuchando su dulce y suavísima palabra, puesta toda su atención en ser alimentada por él? La retenía una extraordinaria suavidad, pues sin duda es superior la dulzura experimentada por el espíritu que la experimentada por el estómago. Disculpada María, se quedó sentada más tranquila. ¿Cómo fue disculpada? Prestemos atención, fijémonos, indaguemos cuanto podamos: seamos alimentados también nosotros» (San Agustín [354-430]. Sermón 104, 1).

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