«El Salvador y Señor de todos se presentaba a sí mismo como modelo de
una vida digna a sus santos discípulos cuando oraba solo, en su presencia. Pero
tal vez había algo que preocupaba a sus discípulos y que provocaba en ellos
pensamientos no del todo rectos. En efecto, veían hoy orara lo humano al que la
víspera habían visto obrar prodigios a lo divino. En consecuencia, no carecería
de fundamento que se hiciesen esta reflexión: "Qué cosa tan extraña!
¿Hemos de considerarlo como Dios o como hombre?! Con el fin de poner fin al
tumulto de semejantes cavilaciones y tranquilizar su fluctuante fe, Jesús les
plantea una cuestión, conociendo perfectamente de antemano lo que decían de él
los que no pertenecían a la comunidad judía e incluso lo que de él pensaban los
israelitas. Quería efectivamente apartarlos de la opinión de la muchedumbre y
buscaba la manera de consolidar en ellos una fe recta. Les preguntó: ¿Quién
dice la gente que soy yo? Una vez más es Pedro el que se adelanta a los demás,
se constituye en portavoz del colegio apostólico, pronuncia palabras llenas de
amor a Dios y hace una profesión de fe precisa e intachable en él, diciendo: El
Mesías de Dios. Despierto está el discípulo, y el predicador de las verdades
sagradas se muestra en extremo prudente. En efecto, no se limita a decir
simplemente que es un Cristo de Dios, sino el Cristo, pues "cristos"
hubo muchos, así llamados debido a la unción recibida de Dios por diversos
títulos: algunos fueron ungidos como reyes, otros como profetas, otros
finalmente, como nosotros, habiendo conseguido la salvación por este Cristo,
Salvador de todos, y habiendo recibido la unción del Espíritu Santo, hemos
recibido la denominación de "cristianos"» (San Cirilo de Alejandría
[370-4441. Homilía 39 del Evangelio de Lucas).
jueves, 19 de junio de 2025
EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250622
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