lunes, 13 de enero de 2025
EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250119
«Porque el Señor vino invitado a la boda, aun dejado a un lado el
significado místico, quiso confirmar que él hizo el matrimonio. En efecto, iba
a haber quienes prohibirían casarse, de los que habló el Apóstol, y dirían que
el matrimonio es un mal y que lo hizo el demonio, aunque el mismo Señor,
preguntado si es lícito al hombre despedir a su esposa por cualquier causa, en
el evangelio dice que no le es lícito, a no ser por motivo de fornicación. En
esa respuesta, si recordáis, asevera esto: No separe el hombre lo que Dios ha
unido. Y quienes están bien formados en la fe católica saben que Dios es el
autor del matrimonio y que, como la unión viene de Dios, así el divorcio viene
del diablo. Pero en caso de fornicación es lícito despedir a la esposa, precisamente
por haber sido ella, que no guardó la fidelidad conyugal al marido, la primera
en no querer ser esposa. Las que prometen a Dios virginidad, aunque en la
Iglesia ocupan un rango más ilustre de honor y santidad, no están sin boda,
porque con toda la Iglesia tienen que ver también ellas con una boda: la boda
en que el novio es Cristo. El Señor, pues, vino invitado a la boda,
precisamente para consolidar la castidad conyugal y mostrar el misterio del
matrimonio, porque el novio de aquella boda, al cual se dijo "Has
reservado hasta ahora el vino bueno; representaba la persona del Señor, pues
Cristo reservó hasta ahora el vino bueno, esto es, su Evangelio» (San Agustín
[354-430]. Evangelio de san Juan. Tratado 9, 2).
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