sábado, 29 de junio de 2024

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20240630




«Mi niña está agonizando. Que es como si dijera: aún conserva el calor de la vida, aún se notan síntomas de animación, todavía respira, todavía el señor de la casa tiene una hija, todavía no ha descendido a la región de los muertos; por lo tanto, date prisa, no dejes que se le vaya el alma. En su ignorancia, creyó que Cristo no podía resucitar a la muerta sino tomándola de la mano. Ésta es la razón por la cual Cristo, cuando, al llegar a la casa, vio que a la niña se la lloraba como perdida, para moverá la fe a los ánimos infieles, dijo que la niña no estaba muerta, sino dormida, a fin de infundirles esperanza, pensando que era más fácil despertar del sueño que de ¡a muerte. La niña, dice, no está muerta, está dormida. Y realmente, para Dios la muerte es un sueño, pues Dios devuelve más rápidamente a la vida que despierta un hombre del sueño a un dormido; y tarda menos Dios en infundir el calor vivificante a unos miembros fríos con el frío de la muerte de lo que puede tardar un hombre en infundir el vigora los cuerpos sepultados en el sueño. Escucha al Apóstol: En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos despertarán. El bienaventurado Apóstol, al no hallar palabras capaces de expresar la velocidad de la resurrección, acudió a los ejemplos Porque, ¿cómo hubiera podido imprimir celeridad al discurso allí donde la potencia divina se adelanta incluso a esa misma celeridad? ¿O en qué sentido podía expresarse en categorías de tiempo, allí donde se nos otorga una realidad eterna no sometida al tiempo? Así como el tiempo dio paso a la temporalidad, así excluyó el tiempo la eternidad^) (San Pedro Crisólogo [c.380-450]. Sermón 34,1.5).

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